La cumbre entre Putin y Xi en vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno solo se mencionó de pasada en los principales medios de comunicación. Sin embargo, se trata de una reunión muy importante, con consecuencias que pueden ser muy trascendentes. ¿Estamos en el inicio de un nuevo orden mundial? Una interpretación histórica del experto en China Marc Vandepitte.
Declaración conjunta
Justo antes del inicio de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín, Putin y Xi emitieron un declaración conjunta sobre las relaciones internacionales y la cooperación entre ambos países. Se trata de un documento de diez páginas que llega en un momento de gran tensión con la OTAN debido a Ucrania y de boicot diplomático a los Juegos Olímpicos de Invierno.
El texto se puede leer como un alegato a favor de un nuevo orden mundial en el que Estados Unidos y sus aliados ya no sean los protagonistas, sino que se busque un mundo multipolar, que respete la soberanía de los países.
«Ambas partes se oponen a una nueva ampliación de la OTAN. Piden a la Alianza del Atlántico Norte que abandone su concepción ideológica de la Guerra Fría; que respete la soberanía, la seguridad y los intereses de otros países, así como la diversidad de su civilización y de sus antecedentes culturales e históricos; y que adopte una actitud honesta y objetiva hacia el desarrollo pacífico de otros Estados».
En el pasado se han enviado señales similares, como una declaración conjunta en 1997, pero es la primera vez que ambos presidentes se pronuncian con tanta claridad y refuerzan sus vínculos de forma tan estrecha. También es la primera vez que China se declara explícitamente contra la expansión de la OTAN.
Para comprender el alcance de este documento, es útil echar un vistazo a la historia reciente.
Hegemonía
En la primera mitad del siglo XX se produjo, por un lado, el ascenso de dos nuevas superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Por otro lado, se produjo la relativa desaparición de las antiguas potencias coloniales.
Estados Unidos salió como el gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Tanto las antiguas superpotencias como la Unión Soviética estaban completamente en quiebra. En Washington soñaban con un nuevo orden mundial en el que sólo ellos gobernaran.
«Optar por algo menos que la hegemonía absoluta sería elegir la derrota», dijo Paul Nitze, alto asesor del gobierno de Estados Unidos. Por desgracia, estos planes se vieron frustrados por la rápida reconstrucción de la Unión Soviética y la ruptura del monopolio nuclear.
Medio siglo después ese sueño sí se hizo realidad con la caída del Muro de Berlín en 1989 y el desmantelamiento de la Unión Soviética dos años después. A partir de aquel momento no hubo más barreras a la supremacía absoluta. Estados Unidos por fin se convirtió en el líder indiscutible de la política mundial y quiso mantener esa posición.
El Pentágono no dejó lugar a dudas en 1992: «Nuestro primer objetivo es evitar que aparezca un nuevo rival en la escena mundial. Debemos evitar que los competidores potenciales incluso aspiren a jugar un mayor papel a escala regional o mundial” (la cursiva es nuestra).
En ese momento todavía no tenían a China en el punto de mira. La economía china estaba bastante subdesarrollada y su PIB era solo un tercio del de Estados Unidos. Militarmente el país tampoco valía nada. En ese momento Washington pensaba principalmente en Europa como potencial rival y en un posible resurgimiento de Rusia.
Sin frenos
Tras la caída de la Unión Soviética Estados Unidos levantó el pie del freno. La invasión de Panamá a finales de 1989 fue un ensayo para lo que seguiría después. Poco después fue el turno de Irak, Yugoslavia y Somalia. Más tarde seguirían Afganistán, Yemen, Libia y Siria.
Además de las intervenciones militares abiertas, Estados Unidos emprendió cada vez más «guerras híbridas» (1) o «revoluciones de colores” (2) para provocar un cambio de régimen, lo que no funcionó en todas partes. Así lo intentaron en Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba, Honduras, Nicaragua, Georgia, Ucrania, Kirguistán, Líbano y Bielorrusia. Por otra parte, más de veinte países fueron objeto de sanciones económicas.
La OTAN, creada para afianzar militarmente la hegemonía de Estados Unidos, también se amplió constantemente tras el desmantelamiento de la Unión Soviética. Desde la década de los noventa 14 Estados del continente europeo se han convertido en miembros de la organización del tratado. Otros países, como Colombia, se convirtieron en ‘socio’ de la OTAN.
El cerco a China
Así, Estados Unidos parecía ser el dueño del mundo después de la Guerra Fría. Pero se olvidaron de China. Por primera vez en la historia reciente un país pobre y subdesarrollado se ha convertido en una superpotencia económica en poco tiempo.
En los últimos 30 años China ha experimentado una notable expansión económica. Desde su adhesión a la OMC en 2001 el tamaño de la economía china se ha multiplicado por más de cuatro. El salto hacia adelante no solo fue económico, sino también tecnológico.
Hasta hace poco Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, tenía un monopolio absoluto sobre la tecnología, las armas de destrucción masiva, los sistemas monetarios y financieros, el acceso a los recursos naturales y los medios masivos de comunicación. Con ese monopolio podía controlar o subyugar a los países, especialmente del Sur. Occidente, donde Estados Unidos hace de policía, corre ahora el riesgo de perder ese monopolio.
Por eso Estados Unidos identifica a la República Popular China como su principal enemigo. En el marco de los debates presupuestarios para 2019 el Congreso declaró que «la competencia estratégica a largo plazo con China es una prioridad clave para Estados Unidos». Se trata de una estrategia global que debe llevarse a cabo en varios frentes. Estados Unidos intenta frustrar, o como ellos dicen, «sofocar», el ascenso económico y tecnológico de China.
Si es necesario, lo harán también por medios extraeconómicos. La estrategia militar hacia China sigue dos vías: una carrera armamentística y un cerco al país., Estados Unidos dispone ya de más de 30 bases militares que rodea China, bases de apoyo o centros de entrenamiento (puntos morados en el mapa). El 60% de la flota total está estacionada en la región. Ya llevan años trabajando en este cerco militar.
En abril de 2020 el Pentágono publicó un nuevo informe que aboga por una mayor militarización de la región. El plan es instalar misiles balísticos en sus propias bases militares o en las de sus aliados (flechas rojas). Si después también instalan misiles de crucero en submarinos (véase mapa), pueden llegar a la China continental en 15 minutos. Son pasos muy peligrosas.
Como parte de esta estrategia de encierro el Pentágono también está reforzando los lazos militares con los países de la región. Por ejemplo, en 2021 concluyó un pacto de seguridad con Australia y Gran Bretaña para contener a China.
Ya es suficiente
Putin y Xi consideran que ya basta. El avance de la OTAN hacia el este, el aumento de la guerra militar e híbrida en todo el mundo, las numerosas sanciones económicas y el cerco a China, todo eso debe terminar. El tiempo en que la OTAN, los G7 y el FMI dominado por Occidente estaban al mando ha terminado. El mundo unipolar debe dejar paso a un mundo multipolar.
La agresión cada vez mayor contra China y Rusia está llevando a ambos países a echarse en brazos mutuamente. China alberga casi una quinta parte de la población mundial, es una potencia económica global y es el socio comercial más importante de la mayoría de los países. Rusia es el país más grande del mundo y es una superpotencia nuclear.
Una alianza entre ambos países constituye un importante contrapeso a la supremacía estadounidense. Según The Guardian, “el nacimiento de este eje chino-ruso, concebido como una resistencia a las democracias occidentales lideradas por Estados Unidos, es el acontecimiento estratégico global más importante desde el colapso de la Unión Soviética hace 30 años. Determinará la era que viene».
Sin embargo, no se trata solo de estos dos países. Rusia es miembro de varias alianzas regionales y multinacionales. Una de ellos, una alianza militar, es la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que actualmente participa en operaciones de «mantenimiento de la paz» en Kazajistán. Otra es la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que es una alianza euroasiática en los ámbitos político, económico y de seguridad. Además de Rusia y China, también son miembros India y Pakistán, entre otros.
China se ha unido recientemente a la mayor asociación económica del mundo, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP sigla en inglés). Esta asociación en el sudeste asiático llega al 30% de la población mundial. La nueva Ruta de la Seda significa cientos de inversiones, préstamos, acuerdos comerciales y decenas de Zonas Económicas Especiales por valor de 900.000 millones de dólares. Están repartidos en 72 países, con una población de unos 5.000 millones de personas o 65% de la población mundial.
¿Nuevo orden mundial?
Con su artículo El fin de la historia y el último hombre publicado poco después de la caída del Muro de Berlín Fukuyama anunció una nueva era basada en la hegemonía occidental. Las debacles en Irak, Afganistán, Siria, Libia y Yemen, entre otras, demuestran que se trataba de una arrogancia enorme.
Si la recién concluida alianza entre Rusia y China se consolida y otros países se unen a ella, sí es posible que estemos ante el comienzo de una nueva era. No es el fin de la historia, sino el comienzo de una nueva etapa, en la que el poder en el mundo esté más descentralizado; un nuevo orden mundial, en otras palabras. Vienen tiempos emocionantes, pero también peligrosos. Ahora más que nunca necesitamos un fuerte movimiento por la paz.
Notas:
(1) La guerra híbrida es una forma de guerra encubierta que utiliza toda una serie de medios: noticias falsas, manipulación a través de las redes sociales, presión diplomática, artificios legales contra líderes políticos (lawfare), manipulación y dirección del descontento popular, presión nacional y extranjera sobre las elecciones, etc.
(2) Según el manual de las revoluciones de color, se financia, forma y adiestra a las ONG, las organizaciones estudiantiles y las organizaciones locales para organizar disturbios callejeros con la mayor eficacia posible. La violencia callejera debe desestabilizar el país hasta el punto de que el gobierno se vea obligado a dimitir o el ejército intervenga y destituya al gobierno.
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